lunes, 16 de noviembre de 2009
Los temores argentinos, según Tomás Eloy Martínez
Conocedor como pocos de ese fenómeno social llamado peronismo, Tomás Eloy Martínez hace una lectura interesante sobre el perfil de Argentina de cara al bicentenario que el país celebrará en 2010.
Con la gesta y el legado del general Perón como hilo conductor, el escritor y periodista que rompió varias marcas de ventas con su “Santa Evita” –la novela argentina más traducida de la historia, hasta donde se sabe– ensaya una interpretación que, aunque demasiado sintética, otorga un pie interesante para los que tratan de comprender como la Argentina aún no superado su categoría de eterna promesa.
Hasta aquí, nada que resaltar en exceso. Salvo que el análisis de Martínez apareció publicado en el diario El Comercio de Perú. Lo comparto:
El miedo a la pequeñez
Historia no es solo aquello que se cuenta del pasado. Es también, y a veces sobre todo, el relato de lo que se omite, de lo que queda en los márgenes.
En mayo de 1910 la Argentina celebró el primer centenario de su emancipación de la Corona española. Pocos meses después, el adolescente Juan Domingo Perón fue llevado por su abuela paterna al Colegio Militar de la ciudad de San Martín, donde estudió amparado por una beca de misericordia. Con esa escena empieza el siglo XX en la Argentina.
Tres décadas más tarde, cuando alcanzó el poder, Perón puso en práctica las lecciones de disciplina y orden que había aprendido en la milicia. Organizó el país en torno a la figura de un líder fuerte, carismático, cuya palabra era ley.
A ese modelo jerárquico y autoritario pueden atribuirse las alternancias civiles y militares que se sucedieron a partir de 1955 y que cerraron el camino a todos los proyectos de desarrollo.
Desde entonces la Argentina se convirtió en un campo de batalla entre facciones que se disputaban fragmentos de poder y que obedecían, todas ellas, a diferentes caudillos únicos intolerantes con las ideas de los otros. Cada uno de esos caudillos, a su turno, fue debilitando las instituciones.
El peronismo domina la política argentina aun desde antes de que Perón regresara de su exilio en Madrid en 1973. Con el paréntesis de las dictaduras militares se ha mantenido en el poder de una manera u otra hasta hoy y es posible que siga prevaleciendo durante otras dos o tres generaciones.
Nadie, sin embargo, sabe con certeza qué es el peronismo. Y porque nadie sabe qué es, el peronismo expresa el país a la perfección. Cuando un peronismo cae, por corrupción, por fracaso o por mero desgaste, otro peronismo se levanta y dice: “Aquello era una impostura. Este que llega ahora es el peronismo verdadero”.
La Argentina, así, se ha ido tornando impredecible, un enigma ante el que se estrellan todas las respuestas. ¿Cómo imaginar el futuro inmediato, la celebración del segundo centenario de la independencia entre las brumas de un país a la deriva? Las instituciones siguen inestables.
En la Argentina, a diferencia de lo que sucede en Chile y Brasil, cuando un gobierno sustituye a otro, los técnicos y los cuadros medios del gobierno que se va son desalojados y reemplazados por otros funcionarios.
A partir de lo que aparece ahora en la superficie de los hechos se vislumbra la silueta de un futuro más bien opaco, que en nada se asemeja al del primer centenario.
En toda la despoblada extensión de la Argentina se oyen tambores de guerra. La batalla por conservar el poder o por arrebatarlo es a vida o muerte. Sindicatos adictos al gobierno contra sindicatos adversarios; piquetes contra piquetes.
La justicia se mueve a paso lento, tratando de proteger las instituciones. Gracias a la justicia, el mejor legado del gobierno de Kirchner no se ha perdido en el polvo de las reyertas. Los imperdonables crímenes de la dictadura, los robos de recién nacidos en cautiverio, las torturas despiadadas, los vuelos de avión con prisioneros a los que se arrojaba vivos en el océano y en el río de la Plata, no van a quedar ya sin condena y sin memoria.
Que se haya recuperado la dignidad vuelve aun menos explicable que la educación agonice degradada en sótanos de negligencia que medio siglo atrás parecían imposibles. La influencia de la Iglesia, que ha sido siempre un poderoso factor de regresión e intolerancia, no cesa de crecer.
La prédica de los últimos tiempos trata de llamar la atención sobre el escándalo de la pobreza, pero no recuerda que por la pobreza mueren cientos de madres adolescentes en abortos clandestinos.
Mucha de la infelicidad argentina nace de una lección que la realidad siempre contradice. A los niños se les enseña en las escuelas que son hijos de un país grande acechado por desgracias de las que no es responsable. Nunca le será fácil alcanzar la dicha a un país que cree tener menos de lo que merece y que desde hace décadas imagina que es más de lo que es.
Siempre se creyó que la Argentina estaba en un sitio distinto del que le habían adjudicado la geografía, el azar o la historia. Pero nunca hubo tanto divorcio entre la realidad y los deseos como en estos últimos seis años.
Ya en 1810 una de las obsesiones argentinas era alcanzar la grandeza. Lo que ahora obsesiona al país es el miedo a la pequeñez.
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